Dani Haller nos envió esta crítica por correo electrónico.

A menudo, la cultura audiovisual occidental nos ha planteado el inquietante debate humano ante el advenimiento del fatídico “sí quiero”. No obstante, en las antípodas de la banal fruslería romanticoide de los productos cinematográficos (por hablar del recurso más trillado) yankees, esta vez, la acidez trágica y el desmoronamiento idílico son los principales baluartes de la defensa del más sagaz realismo frente a la imaginería fantasmagórica con que se suelen dotar dichas experiencias de arrogantes miras consensuatorias disneysíacas.
Así pues, Cuerpo dividido, este fresco trabajo escrito por el joven creador complutense Raúl Quirós y dirigida por su prójimo allegado Miguel Ángel, nos presenta el diálogo contra los verdaderos demonios del matrimonio y la relación interpesonal amorosa en sí. Más allá de la inocua problematización del “qué será”, nos encontraremos frente a un diálogo contra nuestros propios abismos, a saber: las dudas frente a la conversación besuguiana, basada más bien en el silencio o el intercambio aleatorio de contenidos cuasi exentos de trascendencia, el florecimiento de las “miseras” éticas de la sexualidad y la asunción de roles, así como la manifestación de los más insondables temores surgidos en la proyección del abandono del sí, para la incursión inminente en el otro.
Seremos, pues, testigos de la encarnizada lucha entre egos, aparentemente más cercanos a la entrada en el matadero que en la vicaría, en la cual el replanteamiento del carrete de la memoria pasada, o las somatizaciones del aberrante inconsciente colectivo (entre ellos, ese archiconocido: “te casaste, la cagaste”), se nos presentan como febril guante de boxeo frente a la idealización occidental del matrimonio como el definitivo encuentro de dos almas ultraconectadas y perfectamente comunicadas (de ahí el uso del concepto ilusorio de la perfección, pues no hace sino remitirnos a la finalización, a lo acabado, lo muerto). La eterna necesidad de ruptura de los moldes clásicos heredados del matrimonio, se vienen abajo en el momento en que la proyección de nuestras sombras sale a la luz. Ni los heroicos intentos por troquelar la integridad de uno mismo en la búsqueda de la más vulgar simbiosis con el otro, ni los hediondos recursos verbales vacuos con que rellenamos nuestros más comunicativos silencios (“te quiero”, “lo siento”), pueden hacer frente al arroje de la contienda entre la dignidad de dichos egos.
Si lo que buscan es un diálogo cotidiano, lleno de sabores contemporáneos, con una puesta en escena llena de sobriedad y sencillez simbólica, en la que la supuesta racionalidad de los personajes se esfuma a manos de la inconmensurabilidad emocional y es, para colmo de males, objeto de la necesaria introducción del papel mediador de la coherencia a manos de un gigoló, habrán encontrado, entonces, el adecuado sazonador de este absurdo que supone el entendimiento amoroso.
Por consiguiente, no pierdan la ocasión de asistir a este incómodo y reflexivo triángulo metafísico tan dulcemente llevado por el cinismo feminista del papel de Naiara Murguialday, la pusilanimidad “matriarcada” del Miguel Ángel Quirós y la circunstancial y reconfortante aportación de Rubén Labio. Aún tienen una oportunidad de disfrutar de la obra este sábado 28 en la pequeña gran sala madrileña Bululú.


1 comentario

Jorge SP · 25/09/2013 a las 04:09

Hacía tiempo que no leía una crítica tan elocuente. Así solo se puede obedecer.

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